Sin previo aviso,
la encontré en la esquina.
Ni siquiera me miró a los ojos.
Me acestó un golpe en el centro del pecho
otro en la panza,
todavía doblada en dos
me calzó un derechazo directo a la mandíbula,
dejándome atontada.
Busqué que alguien reparara en mi,
me defendiera
y nada.
Estábamos enfrentadas,
solas,
ella y yo.
M rendí y acepté porque sabía que después se iría.
Era la Noche Buena que me encontraba
sin arbolito de Navidad.
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